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Piensa, siente.

Libre de pecado

6 Agosto 2014 , Escrito por Núria (@Soy_Scania)

Llegó tarde a la consulta, sin ánimos para nada y con un mal maquillaje cubriendo sus ojeras. Una vez dentro se colocó la bata por encima y echó de menos algo de cafeína mientras encerraba el bolso bajo llave en el único armario que había en aquel habitáculo sin ventanas al exterior.

Se sentó en su sillón, y mientras encendía el ordenador tomó aire lentamente preparándose para atender a la primera paciente que esperaba fuera. No era ella la mejor consejera para tratar ahora a pacientes como los que había allí, pero era su trabajo y se dispuso estoicamente a realizarlo de la manera más profesional de la que era capaz.

Una vez dentro, la paciente se echó a llorar. La dinámica era siempre parecida así que la enfermera ya contaba con los pañuelos de rigor y se los acercó a la mujer como en un gesto de permisividad a la exaltación de toda aquella emotividad.

La paciente se veía claramente desmejorada: poco peso, ojos saltones, piel arcillosa y cabello frágil y mal tintado. Por delante tenía un gran reto que cumplir: estar bien para poder recuperar la custodia de sus hijos. Y lloró mientras contaba cómo se bebió sus primeras cervezas cuando el divorcio, cómo pronto acabó vaciando media botella de ginebra al día, cómo perdió el trabajo y se gastaba la pensión de su madre en tabaco, contó entre lágrimas que había tenido que dejar la cocaína cuando se vio obligada a renunciar al sueldo de su marido, y cómo conseguía marihuana porque no aguantaba la pena de haber perdido a sus hijos.

El reactivo de la prueba de tóxicos dio negativo para cocaína, pero no para marihuana. La marihuana da positivo mucho tiempo después del consumo. Tras la consulta, la enfermera gestionó el ingreso de la paciente en una de las unidades de desintoxicación de alcohol con la sensación de que una persona de tan poca fortaleza, podía no encontrar la motivación suficiente para recuperarse, ni siquiera en sus hijos.

Y tras despedir a la mujer, la enfermera consideró que necesitaba tomar un poco el aire, de modo que se quitó la bata, cogió su bolso y salió al exterior. Se alejó lo suficiente como para sacar un cigarrillo sin que nadie pudiese reprocharle que se encontraba demasiado cerca de un centro sanitario. Y con el subidón momentáneo de la nicotina en sus venas, se sacudió el sopor del trankimacín que había tomado hacía unas horas cuando no conseguía dormir y se deshizo por un instante de la resaca por la botella de vino que terminó la tarde anterior entre lloros. Y justo antes de volver a la consulta, llamó a su camello porque no creyó poder aguantar a sus pacientes sin el estímulo adecuado.

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