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Piensa, siente.

San Petersburgo. 2019-2020

9 Febrero 2020 , Escrito por Núria (@Soy_Scania)

Y allí estábamos, con cinco chupitos generosos de vodka nublándonos la vista, tratando de cerrar las maletas como buenamente podíamos mientras dábamos un repaso rápido con la intención de dejar la casa tal y como la encontramos al llegar.

Pero me estoy adelantando porque, aunque todo ocurrió con la velocidad de una exhalación, en realidad había comenzado 9 días atrás.

El 27 de diciembre cogimos un avión a las 11 de la mañana, con cuatro maletas de cabina y una maleta grande facturada, y aterrizamos en San Petersburgo 14 horas más tarde habiendo perdido el vuelo que nos enlazaba en Moscú, y de paso la maleta facturada. Afortunadamente, la chica que nos había alquilado su casa nos esperó pese a las horas que eran ya, y nos llevó a casa. Tarde. Agotados. Sin la maleta grande y, por ende: sin bolsas de aseo ni ropa de abrigo.

Y así comenzamos la aventura. El día 28, pendientes de una llamada del aeropuerto y con zapatos de caminar por Ruzafa, nos sumergimos en el metro de San Petersburgo, el más profundo del mundo, para llegar a la avenida Nevsky y tomar contacto con la ciudad.

Primera sorpresa: no estamos a -12º. Justo se nos ocurrió ir a Rusia en el que nos dijeron que estaba siendo el invierno más caluroso de las dos últimas décadas. Hemos vivido temperaturas mínimas más bajas en Requena.

Pero, aunque nos hubiese gustado disfrutar de un paisaje nevado, San Petersburgo no nos defraudó. Levantada de la nada en 1703 por el Zar Pedro el Grande, San Petersburgo se nos mostraba como ciudad imperial, la de los zares, la más europea de Rusia. La ciudad Soviética, la antigua Leningrado, esa es más difícil de ver.

Segunda sorpresa: los horarios. Centros comerciales abiertos hasta las 22h, restaurantes abiertos y preparados para darte de comer en cualquier momento, desde las 11h de la mañana hasta la 1h de la madrugada. Sin interrupción. Comes y cenas cuando quieres.

Y con un calzado que no era el mejor para la ocasión, fuimos Nevsky arriba, Nevsky abajo, hasta llegar a la isla New Holland, cerca del Almirantazgo, pasando por varios monumentos de obligada visita y finalmente entrando en la imponente catedral de San Isaac. Esta catedral ortodoxa levantada entre 1818 y 1858, es una de las más suntuosas y grandes de la ciudad.

Catedral de San Isaac

Y ya habíamos echado el día, así que volvimos al metro para llegar a tiempo a casa, hacer la compra y recoger la maleta, porque en un timing perfecto de los acontecimientos, el aeropuerto nos entregaba la maleta perdida justo cuando entrábamos por la puerta.

El día 29 fue posiblemente, el más agotador de todos. Madrugamos para volver a la avenida Nevsky, esta vez con la ropa adecuada. Una vez allí, enfilamos Nevsky arriba parando -y entrando- en los lugares de obligada visita: Nuestra Señora de Kazán, donde nos sorprendimos con las peculiaridades del culto ortodoxo. Después, la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada nos sorprendió primero, y enamoró después.

Interior de la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada

 

Y después, corrimos hacia el Hermitage, donde teníamos contratado un tour en nuestro idioma para el que todavía faltaban dos horas, pero como soy una estresada de la vida, agobié un poco al resto del grupo porque había que llegar y comer, y localizar el punto de encuentro, y de camino tropezamos casi sin querer con el “Museum of Soviet Arcade Machines”, y claro, para qué las prisas.

Una hora después, tras haber vuelto a la adolescencia en los recreativos, regresamos a nuestra misión de llegar al Hermitage y comer y localizar el punto de encuentro a tiempo. Lo conseguimos sobradamente porque nos comimos un perrito en la inmensidad de la plaza del Palacio en vez de buscar restaurante. Llegamos 15 minutos antes al punto de encuentro, y tuvimos que esperar 45 minutos porque otra pareja decidió esperar en “otro punto de encuentro” sin avisar, sin plantearse que estaban donde no tocaba. 45 minutos de congelación a -3º mientras esperábamos a dos impresentables, ese es el precio que pagamos por nuestra puntualidad.

Y una vez dentro del Hermitage, nos costó casi una hora entrar en calor. El tour estuvo bien, dos horas y media recorriendo las principales salas del museo. Dos horas y media en las que no dio tiempo a ver nada. La sala de los Zares la vimos corriendo, las esculturas las vimos de reojo, el arte egipcio lo vimos a empujones porque queríamos llegar al edificio de pintura contemporánea antes de que cerraran. Y una vez allí, dejábamos atrás los cuadros de Monet porque en la siguiente sala nos esperaba un Van Gogh, al que dejábamos rápido también porque al girarnos resultaba que teníamos allí un Kandinsky, y enseguida corre, porque también queríamos ver a Matisse, y adiós Matisse porque ¿aquello es un Picasso? Y cada vez sentíamos que abarcábamos menos y cada vez crecía más nuestro síndrome de Stendhal. Definitivamente, este museo merece varios días de visita.

Salimos de allí dispuestos a reponer fuerzas con cerveza porque caímos en la cuenta de que no nos habíamos sentado ni para comer y llevábamos de pie más horas que una madre que no se ha sentado en todo el día, así que buscando sitios interesantes donde dejarnos caer, acabamos en un local donde la gente iba un poco de etiqueta y cenaba con clase, mientras nosotros gozábamos de nuestra cerveza en vaqueros y sudadera.

Y de allí, al centro comercial, y del centro comercial, a la cena. Y el restaurante donde nos dieron de cenar fue un acierto: vodka, caviar, borsch, carne de alce y postres típicos. Y después metro y a casa mientras nos maravillábamos de la frecuencia de paso del metro de San Petersburgo, ya quisiéramos tener ese servicio aquí.

El día 30, en comparación con el día anterior, fue una pérdida de tiempo. Quisimos ver la Fortaleza de Pedro y Pablo, pero al llegar resultó que estaba abierta solo para indicar a los visitantes que ese día estaba cerrada a las visitas por festividad nacional. Nuestro gozo en un pozo. Nos sentamos a ver Google por si teníamos algo abierto ese día y resultó que, algunos museos, ni ese día ni los siguientes. Por ejemplo, el museo del Sitio de Leningrado, que por lo visto iba a permanecer cerrado hasta después de nuestra vuelta a casa.

Para colmo, llovía.

Al final, Google (que lo sabe todo, pero que a veces dice que algo está abierto cuando en realidad está cerrado), nos llevó al Museo Fabergé (el museo de los huevos), donde la verdad es que nos sorprendimos gratamente de lo que contenía, pero nos decepcionamos con la audioguía, que te hablaba de todo, menos de lo que estabas viendo.

Cervezas y a cenar a casa.

Día 31, ahora sí: Fortaleza de Pedro y Pablo. Y otra vez corriendo porque aquello es enorme y no nos daba tiempo a todo. Y después al Buque Aurora, que encontramos cerrado a las visitas (otra pequeña decepción), y después decidimos ir a casa porque había que comprar para la cena, pero cerca de la estación de metro vimos un restaurante y nos pareció que era buena idea comer. Al parecer, al entrar debimos aceptar las condiciones y términos de uso (sin leer, como siempre) y nada más sentarnos y sin preguntar, ya nos sirvieron un zumo de arándanos como única bebida y a continuación un primer y segundo platos que comimos sin preguntar y sin rechistar. Tras retirarlos, tuvimos una travesía en el desierto en la que las camareras ni nos miraban y nos dio tiempo a hacer la digestión. Cuando pudimos pedir postres o cafés, o algún que otro plato que nos habíamos quedado con ganas de probar, era casi la hora de merendar.

Y en la nochevieja rusa no podíamos olvidarnos del caviar ni del vodka, y con los chupitos nos entró una risa tonta que ya no supimos si era por el vodka, o por los champiñones que cenamos, que tenían un aspecto peculiar.

Finalmente, cerca de las 12 de la noche -hora rusa- vimos el discurso de Putin, y cuando yo calculé que era el momento exacto puse un vídeo de YouTube dando las campanadas en la Puerta del Sol para que pudiésemos comer las uvas. Al terminar, dieron las 12 de verdad, y en la televisión rusa el primer plano de Putin se convirtió en el primer plano del campanario y dieron las 12 campanadas.

Entramos en 2020 un minuto antes. Con prisas, que es lo que me caracteriza.

El día 1 por lo general, resulta un día poco productivo. En previsión de tener todo cerrado nos dirigimos al cementerio de Tijvin, donde están enterradas grandes personalidades: Tchaikovsky, Rimski-Kórsakov, Dostoyevski, etc. Después comimos en un italiano casi a las 17h porque allí comes cuando quieres aunque no estés en una zona turística. Y finalmente, para cerrar el día nos fuimos a la estación de metro más pintoresca de San Petersburgo: la estación de Avtovo.

Estación de Avtovo

 

El día 2 nos fuimos a admirar uno de los Palacios declarados Patrimonio de la Humanidad, aunque lo cierto es que no nos pareció gran cosa. Nos llevó hasta allí un Uber con una rueda deshinchada y sin gasolina, que incrementó nuestros niveles de adrenalina a medida que veíamos bajar el número de kilómetros que podía hacer con la gasolina que le quedaba. Llegamos a destino cuando el indicador marcaba 1 km. El conductor paró el motor, le pagamos, bajamos, arrancó, y se le caló el vehículo. Nos fuimos corriendo por si teníamos que empujar.

 

Resultó que para entrar al Palacio Peterhoff había que hacer cola (cómo no) para después descubrir que si has visto el Palacio Real de la Granja de San Ildefonso (Segovia), el Palacio Peterhoff tampoco te aporta mucho más. Y claro, hacer cola en el Golfo de Finlandia en pleno invierno, pues te puede dejar un poco pajarito.

Y así, pajaritos, acabamos entrando en el Palacio, donde vimos las cosas por orden de cola, igual que cuando estábamos fuera.

Lo que vale la pena del Palacio Peterhoff es la Gran Cascada. En verano, además, las fuentes están en marcha, así que debe ser más impresionante todavía.

La comida la hicimos en un restaurante de la zona en el que, como venía siendo costumbre en San Petersburgo, entre plato y postres, hacías la digestión, y si te descuidas, la siesta.

Después Uber, y a casa. Esta vez con suficiente gasolina.

El día 3 teníamos entradas para el ballet, porque uno no puede ir a Rusia y no ir al Ballet. Y de nuevo agobié al resto con las prisas. Primero para llegar a tiempo, luego para comer algo antes de entrar, luego para entrar a tiempo porque el ballet era a las 13h, luego porque una vez dentro hay cola para el guardarropa y después de la tercera llamada ya no te dejan entrar. Descubrimos con horror que la tercera llamada se producía inmediatamente después de las otras dos, sin tiempo entre una y otra. De repente tres timbrazos seguidos y ya deberías estar dentro, y nosotros entrando in extremis. Lo conseguimos. Y valió la pena.

El último día en San Petersburgo había llegado casi sin darnos cuenta, y merecía una despedida a la altura. Terminado el Ballet nos fuimos tranquilamente a ultimar compras y finalmente acabamos cenando en un restaurante al que ya habíamos ido antes. Al pagar se nos acabó el dinero y hubo que añadir más, porque cuando comienzas con los vodkas vas cuesta abajo sin frenos.

Tras cuatro vodkas, cogimos el metro, llegamos a casa, comenzamos a hacer nuestras maletas, nos acabamos el vodka que nos quedaba allí, cerramos las maletas entre risas y nos subimos al coche que nos llevaba al aeropuerto. El tufo que desprendíamos a vodka debía ser interesante. En el aeropuerto: controles, esperas, agua, esperas, volamos, enlace Moscú-Valencia, agua, esperas, volamos, resaca, ¿hemos cogido el neceser? No recuerdo haber cogido mis cosas del cuarto de baño, ¿habré cogido mis botas? Aterrizaje, abrimos maleta y estaba todo.

Si algo nos podía enseñar Rusia, era eso, a beber.

 

Protagonizando esta historia:

 

@Kikolo777

@NikSamotracia

@Hiper_Coco

Y yo misma: @Soy_Scania.

 

 

 

 

 

 

 

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